jueves, 24 de noviembre de 2011

* Historias del átomo.


En medio de aquel puente romano, que atravesaba el Guadiana, aquellos jóvenes se toparon por primera vez con el verdadero pánico. Aquella Mérida romana les había tendido una gran emboscada. Se sentían esclavos rodeados de leones, en medio de un anfiteatro romano.
Sin pretenderlo se habían convertido en un blanco perfecto. Solo eran náufragos en medio de un mar de intereses mal pagados.
De frente los antidisturbios avanzaban, como una enorme apisonadora hacia ellos. Las pelotas de goma, recordaban una final de tenis, en superficie rápida.
Sus escudos, nos trasladaban a esas batallas de romano, que en algún tiempo, ese puente, observaría con sus enormes ojos.
Atrás, otro grupo de policías no menos numeroso, caminaba con paso firme hacia ellos.
Alguien advirtió, que la mejor manera de salir ilesos de allí, era lanzarse al agua turbia de aquel Guadiana…
Solo había dos pequeños problemas:                 
Primero, que estaban en medio de un duro invierno.
Segundo, una gran mayoría no sabía nadar.
El espacio se reducía, a medida que los antidisturbios se acercaban, desafiantes hacia ellos.


Unos jóvenes, victimas, de una lucha perdida antes de comenzar el primer asalto; se debatían ante el gran dilema de sus vidas.
Un miedo atroz, atenazaba cada uno de sus músculos, haciéndolos débiles y vulnerables, ante aquella situación no buscada jamás.
Una voz de origen vasco grito un “a por ellos”, pero se perdió; convirtiéndose en un susurro, en medio de aquel puente romano.
El, sin ser demasiado creyente, por un momento pensó que podían existir los milagros.
Si el  Extremadura había llegado a primera división; ¿Por qué ellos no podrían salir indemnes de allí?; se pregunto una y otra vez.
El milagro en forma de autobús urbano estaba allí. El conductor abrió las puertas, y sin parar todos subieron y se camuflaron entre los demás pasajeros. ¡Los milagros existen!; grito alguien, sin poder contener su alegría.
Aquel conductor calvo, y de enorme tripa, les tendió una mano amiga, aquel día de manifestación a favor de la polémica central nuclear.
El, poco o nada sabía sobre la fusión del átomo. Sobre neutrones o protones. Nada le importaba el uranio enriquecido.
Si le importaba un sueldo de veinte mil pesetas, que recibió como salario, por su trabajo en ese lugar, odiado y amado a la vez.



Otras luchas y manifestaciones se sucedieron en otros tantos escenarios en ese año.
El paseo de la castellana, amaneció teñido de mil colores, aquella mañana de sol y cielo color azul.
Estaba para pintarla en el alma.
Ondeaban al viento madrileño, banderas multicolores. Asturianos, vascos y extremeños, bajo un mismo grito:
¡NO AL CIERRE DE VALDECABALLEROS!...
Madrid es maravilloso; se decía mientras caminaba calle abajo, al ritmo de un “no nos moverán”.
Al fin había comprobado, que la vida podría ser maravillosa al otro lado de las montañas.
Se sentía arropado por sus compañeros. Por uno de ellos siempre sintió una profunda admiración.
Ernesto era un joven alto, de fuerte complexión. Su pasión era el futbol. Jugaba de central, en un equipo local; plagado de jugadores foráneos.
Para él, sobre todo Ernesto, era un buen trabajador, y mejor persona aun. Mucho o todo había aprendido de él y de su padre. Siempre se sintió en deuda con aquella familia.
Entre vítores y aplausos la marcha proseguía impasible, hacia el Congreso de los diputados. Él lo conocía por la televisión, les sonaban dos leones de piedra, flanqueando su entrada.


Un sonido pertinaz, procedente del cielo madrileño, lo alerto. Levanto la mirada, y allí estaba aquel pájaro de hierro; revoloteando encima de ellos. Era un helicóptero de la policía…
Recordó la mesa de billar, en el bar de la plaza del pueblo. El helicóptero, también recordaba a series de acción americana.
Centenares de hombres, yacían sentados frente a las cortes. Les rodeaban policías, con escudos y porra en mano.
Volvió a sufrir pesadillas pasadas en un puente romano, semanas atrás.
Un mando, megáfono en mano, advertía a todos de la ilegalidad de aquel acto. Les invito a disolverse pacíficamente.
Así fue…
Otro día de lucha obrera había llegado a su fin. Ahora tocaba plegar banderas y subir al autobús, que le llevaría de vuelta al encierro de cada día, en aquella mole de hormigón y acero.
Aquellas instalaciones se habían convertido en su vivienda improvisada. De día era su lugar de trabajo. De noche, un amplio dormitorio para cinco mil personas.
Una alfombra de hogueras, salpicaba cada noche aquel espacio mágico. A su alrededor; cuan danza india, se agitaban personas, para combatir el frio invierno de “la Siberia Extremeña”.






Olor a sardinas y chuletas de cerdo, se respiraba por los cuatro costados de ese inmenso pic nic nocturno.
Historias de amores y futbol en la oscuridad de la noche…
El, a veces parecía ajeno a todo ese mundo. Siempre deambulaba por su cabeza algún recuerdo pasado; alguna vez agradable, y otras no tanto.
En la soledad de la noche recordó historias de mili; allí por tierras mañas. Pronto algo escrito le golpeo suavemente la mente; siempre inquieta.
ZARAGOZA
Nunca podre olvidar
Esas casas y esas calles
Tus mujeres tan bellas
Y tus flores en el parque.

Aquel amor, que en tu suelo quede
Aquel Ebro con sus puentes
Así sabrás que de repente
También de ti me enamore.

Siempre recordare
Esa plaza con su iglesia
Esos hombres, esa tierra
Esa chica que ame…
Otro día más amaneció.
El se enfundo su mono blanco, y se dispuso a combatir en la dura batalla de cada día.
De poco o nada sirvieron aquellos días de movilizaciones.
El “gigante” de hormigón y acero, se aletargo eternamente.

1 comentario:

  1. Muy bonito y real, me gusta leer lo que escribes porque detallas realmente tu "vida".

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