jueves, 15 de diciembre de 2011

* mi trabajo

jueves, 8 de diciembre de 2011

* Carta a mi padre muerto


Desde mi soledad te escribo padre.
Hoy como siempre mis manos tiemblan al escribir, mis ojos se humedecen y mi corazón se encoje.
¿Sera padre, que hoy es un día gris?
Cierro los ojos y te veo postrado en tu silla, con ese típico moreno de sol extremeño.
Tu mirada siempre clavada en ninguna parte. Tu cara arrugada, por el paso de esos duros años de vida, que llevas a cuestas con toda dignidad.
Hoy padre, como cada día, también pienso en ti.
Añoro tus gestos. Tus gritos de furia alguna vez.
Aquí todo es distinto…
Atrás quedaron aquellos días de televisión juntos, en nuestra humilde casa. ¿Te acuerdas padre? ¿Recuerdas cuando iba a casa de Adela a por tu leche fresca?, ¿Cuándo cada domingo compartíamos helados de limón?...
Aquí padre todo es distinto. Día y noche es igual. La multitud transita por la calle sin rumbo fijo. Todo es alboroto, diversión…
Y sobre todo padre, soledad.
Mis ojos hoy no pueden verte sentado en tu silla. Mis manos no pueden palpar tu pelo blanco de canas.
Aunque estoy contigo, lejos de ti me encuentro, padre.
Cerrare mis ojos húmedos de lágrimas y soñare contigo. Seré y te hare feliz. Sonreiré, viviré, gozare de ti…
Al despertar padre, te escribiré desde mi soledad

martes, 6 de diciembre de 2011

* Maria


Florece en mí
Como blancas flores en mayo.
Vives en mí
Cada segundo.
Anidas en mí
Cuan cigüeña en su torre.
Naces en mí
Como nace mi ilusión y mi amor por ti.
Creces en mí
Como crece mi fe y esperanza.
Y cada tarde
Tu sol se asoma a mi ventana…

* carta a un asesino


Hoy desperté de un mal sueño.
Los arboles ya no eran verdes. El sol no brillaba. Los pájaros no podían volar. Las estrellas se difuminaban, y se apagaba el cielo.
Las gentes no reían….
El viento soplaba fuerte; hacia naufragar barcos en un mar turbulento.
¿Qué está pasando? ¿Quién apago  las sonrisas de las personas? ¿El brillo del sol o las estrellas? ¿Quién enfureció el viento y el mar?
Eta ha vuelto a matar….
¿Por qué matáis?
¿Por qué apagáis la sonrisa de la gente?
¿Por qué el brillo del sol o las estrellas?
¿Por qué enfurecéis el viento y el mar?
¿Quién os ha dado permiso para apagar una vida llena de luz?
¿Quién sois para jugar con la vida?
Os hago preguntas y no sabéis ni siquiera responder.
¿Acaso el mar os molesta?
¿La sonrisa de la gente?
¿Las estrellas?, ¿El cielo azul?
Me pregunto si tenéis madre.
¿Os habéis enamorado alguna vez?
¿Habéis paseado con vuestros hijos de la mano?
¿Visteis el mar?, ¿Las estrellas?
Mientras vosotros matáis, yo os sigo haciendo mil preguntas. Yo, que he visto el mar. Las estrellas. Yo que alguna vez me enamore.
¿Sois seres humanos?
¿Dónde está vuestro cerebro; si es que lo tenéis?
¿Quizás en el dedo que oprime el gatillo, de vuestras malditas pistolas?


domingo, 4 de diciembre de 2011

* El bar de la plaza.


En el bar que había en la parte alta de la plaza, el tiempo parecía haberse detenido años atrás. De sus paredes colgaban, bien ordenadas, antiguas entradas de algún concierto; de esos que jamás volverán a repetirse, y que permanecerán en la retina toda una eternidad.
Una mesa de billar, con una superficie un tanto raída, le daba un aire a serie de acción americana.
Unos amplios ventanales servían de improvisado observatorio, y ofrecían un amplio escaparate, acerca de la realidad de todo un pueblo.
Dos enormes ojos, observando su latir diario.
Desde allí podía palparse el estado de salud de una población demasiado adulta, y castigada por la azada y la hoz.
Una improvisada pasarela, descubrían modelos de porvenir incierto. Faldas muy cortas y camisetas de tirantes, que jamás pasarían de moda.
A través de sus inmensas pupilas se adivinaba un espíritu, mitad religioso, mitad profano, en cada semana santa. Procesiones y grandes borracheras se anteponían en un marco cada vez más cotidiano.
Fiestas patronales, o de quintos. Días de bodas, dibujadas con arroz y llantos de madre. Un último viaje en ataúd de caoba. Juegos infantiles con agua de la fuente y globos de mil colores…











El se sentía  privilegiado. Tenía ante sí todo un mundo de realidad y fantasía. Su bunquer blindado, había abierto una enorme ventana a la vida.
Apuraba un último trago de whisky con cola, cuando a su espalda, una voz del sur lo insistió para aceptar otra copa más.
Era Rafa…
Rafael era uno de tantos trabajadores foráneos, que intentaba ganarse el pan diario en aquel “Gigante Dormido”; reflejado un día en papel de imprenta por Segundo Valmorisco.
Detrás de su carcasa de guaperas seductor, se escondía un gran corazón. Siempre lucho por un amor imposible; que aun hoy, veinte años atrás, no se cruzo en su camino.
Entre tragos y cigarrillos rubios transcurría la velada; en aquel bar, de barra en forma de ele, y ojos clavados en una plaza llena de vida.
Rafa se preguntaba (con sonrisa irónica), si las “cabrinas del Cipriano”, se convertirían algún día en grandes cabronas. También parecía preocuparle demasiado, “las braguinas”, que paseaban desafiantes, bajo aquellas faldas cortas, en la pasarela improvisada.
El alcohol hacia ver todo, a través de un velo rosa pálido.
Historias de chicas; siempre imaginadas, se sucedían cansinamente entre trago y calada.













A él poco o nada le importaban aquellas historias de conquistas imaginarias. Le daba mucha más importancia, a lo que había en el interior de aquella coraza; siempre enmascarada de una ligera ironía.
La fachada, no siempre reflejaba el verdadero estado de un edificio. Lo sabía por propia experiencia.
En una pantalla situada estratégicamente, veintidós “muñequitos”, perseguían una pelota de lunares blancos y negros. Todos observaban atónitos, mientras interpretaban una danza compuesta de palmadas, saltos, agitación de brazos, y algún sonido irreproducible.
Por un momento, el andaluz enmascarado dirigió  su mirada a la gran pantalla. Sería más fácil que cada cual tuviese su propia pelota de lunares; asintió mientras emitió una sonora carcajada.
Nada altero aquel ballet de tendencia nada clásica.
El whisky y la presencia de su amigo lo hacía sentirse importante, en aquel lugar de encuentros diarios.
Entre tragos recordó una vieja historia de amor y una carta dictada por su alma un día de primavera.

















CARTA A UN AMOR IMPOSIBLE
Y cada tarde tu sol se asoma radiante a mi ventana entreabierta. Sus rayos iluminan mi cara. Su reflejo inunda cada rincón de esta casa.
Tu sol me guía. Cada segundo hace que renazca en mí, la esperanza que un día perdí.
La noche me ciega con su oscuro manto.
¿Dónde está la luz, que tu sol un día me dio?
¿Dónde la alegría de sus rayos?
¿Dónde esa brisa de amor, que desde Hernani un día me abrazo?
¡Maldita noche que cegó mi vida!
En la eterna e injusta lejanía de país vasco mi mente se pierde. Surca ágil por montes y playas. Se pierde en laberintos de pasión. Busca por la arena de la concha…
¿Dónde está ella?, ¿Mi mente?
El sol, ella, la noche, mi mente…
Hoy llora mi corazón. Llora mi alma.
¡Esta tarde tu sol no se asomo a mi ventana!
No me deja ver esos rayos que me da la vida. Se cierra; para abrir una profunda herida en mi corazón.
Maldita ventana y  maldita noche, que me está matando con su oscuro manto.
Por el mar de esta vida, surco sin rumbo fijo. Quiero ver, pero mis ojos están llenos de lágrimas.











La noche…
Mi ventana cerrada.
El mar violento de mi vida.
Ayer tocaba las estrellas con mis dedos. Mis labios reían, cuan niño pequeño. Mis ilusiones se desbordaban.
Hoy tu sol se difumino.
El sol dejo paso a una nube inmensa, que nubla mi corazón, que derrama lágrimas negras en la alfombra de mi vida.
¿Por qué?
Se marcho con hasta siempre; que se torno en un hasta nunca.
Otra ventana cerrada al amor.
Sol; si un día la ves, dile que siempre la amare, y que mi ventana siempre estará abierta. Dile que a su lado fui del todo feliz.
Dile, querido sol; que mi corazón pasea cada día por Hernani.





















Su reloj de pulsera dorada y escudo rojiblanco marcaba las tres de la madrugada.
Era hora de plegar velas, insinuó Rafa, con aire de absoluta resignación. Hora de  desmantelar historias forjadas a golpe de trago seco.
El, parecía no querer abandonar aquel barco, aun sabiendo que terminaría por hundirse en aquel mar de enero, como cada noche.
En la pantalla del fondo ya no se adivinaban siluetas, tras una pelota de lunares. Se difuminaron, al igual que aquel ballet descompasado.
El teatro de los sueños había echado su telón, aquella noche de eterno invierno.
El maullido de un gato lo acompaño en la oscuridad de la noche, camino a su casa.

sábado, 3 de diciembre de 2011

* Furtivo


Noche de luna nueva
Embriagada de luz
De sombras oscuras
De frio llena.

Sombrero de ala ancha
Capa, escopeta…
Empapado en sudor, de carreras
De huir del amo
De perseguir la pieza.

La luna, su compañera
Su amiga del alma
Su aliada eterna
Su bandera.

Sostén de una familia
Buscador de trofeos pagados
Amigo de sus amigos
Enemigo del amo
Queridos de muchos
De pocos odiado.

Su vida el monte
La escopeta…
Su muerte el raso
Su virtud la destreza.
Furtivo de luna llena...

* Para Ana.



El tren de la muerte hoy me devolvió a la vida….
Las estaciones se suceden a ritmo de vértigo, y con ellas vivencias aun cercanas, que van surcando inexorables, por mi mente, un tanto cansada.
Cansada de recordar la muerte, pululando por algún vagón de ese tren. Cansada de ver tragedia. Cansada de llorar, por unas victimas injustas; como todas las victimas…
¡No es fácil vivir ajeno a tanto dolor!
Atrás quedo Atocha.
Quedaron vidas destrozadas, por el azote de un fanatismo religioso. Atrás quedo el silencio de una ciudad, que aun llora por cada esquina a sus muertos.
Al otro lado de esa vía de la muerte, me está esperando la vida. Una vida llamada Ana.
Ella es fantasía, elegancia, dulzura; es sobre todo vida.
Su cara refleja la más profunda sinceridad, que pueda tener en lo más profundo el ser humano.
Su ternura me embriaga….
¡No es fácil plasmar tanto sentimiento!
Ella es pura.
Su alma es limpia; como limpios son mis sentimientos hacia ella.
Sus ojos reflejan la incomprensión, que tanto se cruza en mi largo camino por la vida.











Ella es ese amor imposible, por el que todos alguna vez luchamos.
La tarde transcurre demasiado deprisa. Se disipa el sol, que hoy brilla en el centro de mi alma.
La tarde se va, y con ella mi alegría más intensa.
Suenan campanas de despedida….
Ella es flor de primavera.
Una gota de agua fresca, resbalando por la ladera de mi existencia.
Odio la eterna lejanía de Fuenlabrada. La odio porque en ella se quedo, ese amor que un día acaricie. Odio esa lejanía, y ese tren de la muerte, que hoy me regalo la vida, envuelta en un manto de estrellas.
Maldito tren, que me devolvió a la más cruda  de las realidades y miserias del ser humano…

jueves, 24 de noviembre de 2011

* La mili

* Que tiempos

* Historias del átomo.


En medio de aquel puente romano, que atravesaba el Guadiana, aquellos jóvenes se toparon por primera vez con el verdadero pánico. Aquella Mérida romana les había tendido una gran emboscada. Se sentían esclavos rodeados de leones, en medio de un anfiteatro romano.
Sin pretenderlo se habían convertido en un blanco perfecto. Solo eran náufragos en medio de un mar de intereses mal pagados.
De frente los antidisturbios avanzaban, como una enorme apisonadora hacia ellos. Las pelotas de goma, recordaban una final de tenis, en superficie rápida.
Sus escudos, nos trasladaban a esas batallas de romano, que en algún tiempo, ese puente, observaría con sus enormes ojos.
Atrás, otro grupo de policías no menos numeroso, caminaba con paso firme hacia ellos.
Alguien advirtió, que la mejor manera de salir ilesos de allí, era lanzarse al agua turbia de aquel Guadiana…
Solo había dos pequeños problemas:                 
Primero, que estaban en medio de un duro invierno.
Segundo, una gran mayoría no sabía nadar.
El espacio se reducía, a medida que los antidisturbios se acercaban, desafiantes hacia ellos.


Unos jóvenes, victimas, de una lucha perdida antes de comenzar el primer asalto; se debatían ante el gran dilema de sus vidas.
Un miedo atroz, atenazaba cada uno de sus músculos, haciéndolos débiles y vulnerables, ante aquella situación no buscada jamás.
Una voz de origen vasco grito un “a por ellos”, pero se perdió; convirtiéndose en un susurro, en medio de aquel puente romano.
El, sin ser demasiado creyente, por un momento pensó que podían existir los milagros.
Si el  Extremadura había llegado a primera división; ¿Por qué ellos no podrían salir indemnes de allí?; se pregunto una y otra vez.
El milagro en forma de autobús urbano estaba allí. El conductor abrió las puertas, y sin parar todos subieron y se camuflaron entre los demás pasajeros. ¡Los milagros existen!; grito alguien, sin poder contener su alegría.
Aquel conductor calvo, y de enorme tripa, les tendió una mano amiga, aquel día de manifestación a favor de la polémica central nuclear.
El, poco o nada sabía sobre la fusión del átomo. Sobre neutrones o protones. Nada le importaba el uranio enriquecido.
Si le importaba un sueldo de veinte mil pesetas, que recibió como salario, por su trabajo en ese lugar, odiado y amado a la vez.



Otras luchas y manifestaciones se sucedieron en otros tantos escenarios en ese año.
El paseo de la castellana, amaneció teñido de mil colores, aquella mañana de sol y cielo color azul.
Estaba para pintarla en el alma.
Ondeaban al viento madrileño, banderas multicolores. Asturianos, vascos y extremeños, bajo un mismo grito:
¡NO AL CIERRE DE VALDECABALLEROS!...
Madrid es maravilloso; se decía mientras caminaba calle abajo, al ritmo de un “no nos moverán”.
Al fin había comprobado, que la vida podría ser maravillosa al otro lado de las montañas.
Se sentía arropado por sus compañeros. Por uno de ellos siempre sintió una profunda admiración.
Ernesto era un joven alto, de fuerte complexión. Su pasión era el futbol. Jugaba de central, en un equipo local; plagado de jugadores foráneos.
Para él, sobre todo Ernesto, era un buen trabajador, y mejor persona aun. Mucho o todo había aprendido de él y de su padre. Siempre se sintió en deuda con aquella familia.
Entre vítores y aplausos la marcha proseguía impasible, hacia el Congreso de los diputados. Él lo conocía por la televisión, les sonaban dos leones de piedra, flanqueando su entrada.


Un sonido pertinaz, procedente del cielo madrileño, lo alerto. Levanto la mirada, y allí estaba aquel pájaro de hierro; revoloteando encima de ellos. Era un helicóptero de la policía…
Recordó la mesa de billar, en el bar de la plaza del pueblo. El helicóptero, también recordaba a series de acción americana.
Centenares de hombres, yacían sentados frente a las cortes. Les rodeaban policías, con escudos y porra en mano.
Volvió a sufrir pesadillas pasadas en un puente romano, semanas atrás.
Un mando, megáfono en mano, advertía a todos de la ilegalidad de aquel acto. Les invito a disolverse pacíficamente.
Así fue…
Otro día de lucha obrera había llegado a su fin. Ahora tocaba plegar banderas y subir al autobús, que le llevaría de vuelta al encierro de cada día, en aquella mole de hormigón y acero.
Aquellas instalaciones se habían convertido en su vivienda improvisada. De día era su lugar de trabajo. De noche, un amplio dormitorio para cinco mil personas.
Una alfombra de hogueras, salpicaba cada noche aquel espacio mágico. A su alrededor; cuan danza india, se agitaban personas, para combatir el frio invierno de “la Siberia Extremeña”.






Olor a sardinas y chuletas de cerdo, se respiraba por los cuatro costados de ese inmenso pic nic nocturno.
Historias de amores y futbol en la oscuridad de la noche…
El, a veces parecía ajeno a todo ese mundo. Siempre deambulaba por su cabeza algún recuerdo pasado; alguna vez agradable, y otras no tanto.
En la soledad de la noche recordó historias de mili; allí por tierras mañas. Pronto algo escrito le golpeo suavemente la mente; siempre inquieta.
ZARAGOZA
Nunca podre olvidar
Esas casas y esas calles
Tus mujeres tan bellas
Y tus flores en el parque.

Aquel amor, que en tu suelo quede
Aquel Ebro con sus puentes
Así sabrás que de repente
También de ti me enamore.

Siempre recordare
Esa plaza con su iglesia
Esos hombres, esa tierra
Esa chica que ame…
Otro día más amaneció.
El se enfundo su mono blanco, y se dispuso a combatir en la dura batalla de cada día.
De poco o nada sirvieron aquellos días de movilizaciones.
El “gigante” de hormigón y acero, se aletargo eternamente.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

* Cinco minutos


Su brazo se extendió con parsimonia infinita. Quería detener el tiempo, antes de que el sonido estridente de aquel viejo despertador, inundara nuevamente con su sonido chirriante cada rincón de la habitación.
La puerta cerrada le hacía sentirse seguro en aquel bunquer peculiar; blindado con papel decorativo.
Era su pequeño mundo cuadrado.
Una leve sonrisa enmascaraba su rostro, a modo de escudo, aquella mañana tibia de abril. Pretendía apagar el dolor que cansinamente lo envolvía cada día.
A través de la ventana, con vistas a ninguna parte, una brisa le acariciaba, recordándole el olor de las flores que en este mes nacen bellas y radiantes.
Se preguntaba, un tanto intranquilo, si más allá de esa ventana, fuera de su mundo cuadrado, existiría un mundo tan “perfecto” como el suyo.
Mil preguntas surcaban por su inquieta mente aquella mañana de abril; pero jamás obtuvo respuesta alguna.
¡Costaba tanto levantarse cada día…!
El mundo le parecía tener enormes dientes y en cualquier momento podría darle un mordisco mortal. Sus garras, aun quizás algo romas, aun podrían darle un último zarpazo, lleno de ira y odio.
Un misterioso mundo lo esperaba más allá de la puerta; y a él eso le provocaba una desazón.








Un café ligeramente tibio lo esperaba como cada mañana de su vida; era su aliado eterno. Lo acompañaba con pan y aceite de pueblo; ese que tantos recuerdos despertaba en el.
Una voz pizpireta procedente de la vieja radio, le recordó que se preveían lluvias aquel día de primavera. Esas lluvias que mojarían los terrenos yelmos de su querido pueblo; pensó con algo de nostalgia. El amaba el lugar que lo había visto nacer un día de abril.
Por un instante creyó encontrarse en medio de un pinar rebuscando níscalos; pero una mano en el hombro; le devolvió a la más cruda de las realidades. Era su compañero de piso. Missa  era un chico de origen ucraniano. Él lo veía como algo más que un compañero; alguna vez era su psicólogo, y otras muchas su confesor.
Su físico esquelético y desgarbado le recordaba a un antiguo amigo de colegio.
Entre bromas e historias inacabadas los minutos volaron aquella mañana; era hora de enfrentarse al nuevo día.
Una escalera un tanto retorcida, le conducía con ritmo pausado hacia el exterior.
En la acera observo la huella de las primeras gotas. Era una mezcla de agua y barro, debido quizá a la contaminación, que todo lo envolvía con su oscuro manto.
En un banco, una pareja terminaba de apurar unas últimas horas de amor a escondidas. Besos a oscuras y una mano deslizándose sigilosa a través de un escote lleno de vida y juventud.









Un semáforo abría su gran ojo verde y despertaba el chirriar de motores, cuan carrera de fórmula 1.
Era el comienzo de un nuevo día, cargado de incógnitas aun por desvelar.
Con las manos en los bolsillos caminaba calle arriba; con la mirada clavada en el suelo, (quizás solo buscase la felicidad que un día lejano perdió), y un cigarrillo apagado colgando de sus labios. Su objetivo cada vez parecía más cercano.
Un último café en el bar de la esquina haría que todo pareciera perfecto, en aquella mañana de abril de no importa qué año.
La pantalla del fondo dicto que el Getafe, ayer casi rozo la gloria, contra un equipo alemán…
Se pregunto si él la alcanzaría algún día.
El sonido lejano de la televisión, junto con el de la máquina tragaperras, y el tic tac de las cucharillas removiendo el café, parecían crear la más hermosa de las sinfonías. Esto le hizo pensar en un nombre de mujer.
Almudena…
Era una chica aries. En su bunquer secreto guardaba su tesoro más preciado; su piano.
Entre notas musicales (su mundo), componía una vida llena de esfuerzo y dedicación por la música. Aunque jamás se lo dijo, el siempre profeso una absoluta admiración hacia ella; acompañada de sana envidia.
Almudena era su cuñada.










Pronto la dura realidad apareció nuevamente en su camino, depositando sus pies en el suelo raido de aquel bar de esquina.
A su lado un señor de origen sudamericano, profería gritos de añoranza sobre su amada patria, cerveza en mano. Su  olor a alcohol y a pis lo delataba.
Un intento de bolero, se insinuaba a través de sus prominentes labios.
Artista frustrado, que  hacia equilibrios de circo, para no caer en la alfombra de colillas de aquel viejo bar.
Quizás otro sueño roto…
Solo habían transcurrido cinco minutos, desde que saliese de su inmenso mundo interior, y ya había experimentado multitud de situaciones.
La lluvia caía pertinaz aquella mañana.  Al salir del bar, acelero un tanto el paso; ahora si estaba a tiro de piedra de la primera meta volante del día. Allí estaba majestuosa, la boca del metro de oporto; dispuesta a tragarle de un bocado, como cada día, desde hacía 14 años.
El guarda de seguridad, la taquillera, el moreno que se cuela, y es perseguido para pedirle cuentas y papeles…
Nada parecía cambiar con el paso del tiempo en aquella vetusta estación.













Una vez llego al torno de entrada, un recuerdo golpeo suavemente su mente; siempre inquieta.
Sintió un inmenso placer, surcando todo su cuerpo, al recordar la primera vez que el entro en su templo colchonero. Le abrazaba al cuello, eternamente, su bufanda roja y blanca; creía haber tocado el cielo con las yemas de sus dedos. Por un momento creyó aquel día, que existía la felicidad eterna.
Alguien lo empujo y cayó al suelo fulminado.
¿Otro sueño roto?, se pregunto de nuevo.
El vagón, como cada día, estaba a rebosar. Un olor insoportable salpicaba cada rincón, y se apagaba muy lentamente, a medida que el convoy se perdía en la oscuridad del túnel.
Una voz muy femenina resurgió del silencio: ¡Ten cuidado donde pones las manos viejo verde!.
No empuje, atina a decir una voz mayor, (nunca podría caer en aquel océano de manos, piernas, y troncos sudorosos) que me va a tirar.
Una señora exhibía sin pudor su pecho, mientras amamantaba a su pequeño retoño. Alguna mirada furtiva, clavaba sus pupilas en los pecho de la señora, y no en el pequeño lactante.
Se levanto raudo al observar a una joven en avanzado estado de gestación, para cederle el asiento. La joven embarazada le obsequio con una sonrisa y un “gracias señor”.












El la miro sonriendo, y su mente dibujo un nuevo nombre de mujer: Nuria…
Recordó con alegría su nombre, su dulzura, su pelo largo y oscuro, su ya prominente tripa.
Una paz interior se albergo en el, aquel día de abril. Ella era paz para él.
Los empujones se sucedían entre estación y estación. Era, como toda la vida enlatada, en un vagón de metro.
Un panfleto recordaba a todos, que la lucha obrera jamás se acabaría. Otro, que hay que mantener limpia la ciudad. Un tercero anunciaba un hotel especial, en el kilometro diecisiete de la carretera de Toledo. Aun, muchos más, bombardeaban aquel vagón de vidas enlatadas.
Una voz de ultratumba sentencio: por avería se encuentra interrumpido el tráfico entre las estaciones de Legazpi y Conde de Casal, en un tiempo estimado de más de cinco minutos; perdonen las molestias.
Al fondo, la paradoja. Un cartel gigante, de esos que le gusten a Esperanza Aguirre, rezaba: metro de Madrid vuela.
Y su mente voló muy lejos de allí…

sábado, 19 de noviembre de 2011

* El primer amor


Roció se dirigió rápidamente hacia él y le entrego una nota secreta, escrita a lápiz en papel cuadriculado. Le pidió por favor que no la leyese en su presencia, y que jamás pensara mal de la persona que la había escrito con el alma. La nota rezaba así: Hola, soy Roció. Cuando estas con mis amigas se que nunca te fijas en mi, y también se que no te das cuenta como te miro. Estoy locamente enamorada de ti y tú pareces ignorarme cada día más. Jamás te burles de mí y por favor dame una respuesta. ¡Te quiero!....
Al leer aquella nota no pudo evitar un escalofrió intenso, atravesando su cuerpo. El siempre estuvo enamorado de ella, pero su timidez le impedía demostrárselo.
Aquel día, cuando entraron en la discoteca, se sentía especialmente nervioso. Tenía que dar una respuesta clara a la persona que le había entregado la nota el día anterior.
Miguel pidió dic. con limón y el siempre fiel, un JB con cola.
Miguel vestía pantalón de pinzas marrón y camisa bien abotonada, de color amarillo. Calcetines blancos y zapatos negros, terminaban de conjuntarle.
Era todo un dandi……
El, con su pelo largo, su barba de tres días, y sus vaqueros raidos, poco o nada se parecía a su compañero de fatiga





                                                                                                                                                                                                                                                                                                       


                                                                                                                                                                                           1
  En la pista las jóvenes casaderas, se agolpaban a ritmo de la colegiala, esperando a ser seducidas. Era una danza eterna, que se repetía cada día en ese lugar.
Una bola de mil colores giraba continuamente, con sus destellos destapaba besos furtivos en algún reservado.
Alguien se les acerco y les invito a tomar otra copa y luego otra….
Se enzarzaron en conversaciones intranscendentes. Miguel hablaba apasionadamente de su trabajo como peón de albañil en una compañía del pueblo. Decía que le gustaba más hacer pasta, que acarrear ladrillo tosco. Que prefería la pala terminada en punta, que la cuadrada.
¡Pon otra copa, que la noche promete!...
Prefería el mono, que de dos piezas; pues así no se le enfriaban los riñones.
El, apoyado en la barra, hacia un sobreesfuerzo por no soltar alguna carcajada o improperio.
De pronto se abrió la puerta de entrada y allí estaba ella. Todo pareció enmudecer de repente.
Estaba preciosa…
El, se acerco a ella, y le propuso hablar a solas. Ella asintió después de que pidiese una consumición en la barra, en forma de herradura.
                                             
                                                                                                                  2
                                                                                                                                              
                                                                                                                              
Cogidos de la mano, hablaron de lo humano y divino en aquella noche de amor a escondidas.
El mundo se había detenido a sus pies. Era su primer beso de amor.
Se prometieron amor eterno….
El, se olvido por completo de su amigo, de pantalones azules y camisa recién planchada. Dejo a un lado la importancia de una pala terminada en forma de pico, o cuadrada. Nada le importaba aquella bola girando sin parar, en medio de aquella pista. Ya no sonaba, incansable la colegiala para el….
Sintió que por primera vez en su vida, era feliz; Su banquero por fin había dejado de ser solitario y oscuro.
Entre besos, promesas y cubatas, la noche parecía llegar a su fin. Ellos odiaban ese momento.
Fueron los últimos en subir esa escalera, enmoquetada de rojo, que les conduciría a la calle. Decidieron que el frio del invierno no les separaría aquella noche de primer amor.
Caminaron calle abajo, hasta dejar el pueblo atrás. Iban abrazados eternamente. El frio parecía no afectarles aquella noche de amor.



                                                                                                               3
El, con voz pausada y algo entrecortada, le contaba historias pasadas. Quería aquella noche de pasión desnudar su alma para ella.
Ella, con ojos brillantes, le escuchaba atentamente; y al final le susurro, que por favor jamás la dejara. Se moriría si él.
En la puerta de su casa, sellaron con un beso infinito, la despedida más triste, jamás producida.
Con el cuello de la cazadora alzado y manos en los bolsillos, de su raido vaquero, se dirigió con paso rápido hacia la carretera, que lo llevaría de vuelta a su anhelado pueblo.
Camino en la noche oscura, envuelto en frio mortal y  recuerdos pasados. En su mente aparecieron algunos versos dedicados a su querida tierra extremeña….


  Versos de Extremadura 


No es locura
Trabajar fuera
Siendo de Extremadura
Sino necesidad

Los campos extremeños
Están llenos de jaras
Donde cazan unos cuantos
Y los otros no trabajan

                                                                                                                                                           4                                                                                                    
En mi tierra tenemos
Lo que no hay por Madrid
Centrales nucleares
Por si queremos morir

Por el puente cruce
El hermoso rio Guadiana
Nadando no lo cruzo
Pues miedo me da el agua

Al coronar la cuesta pudo observar las primeras luces del pueblo, que parecían quererle dar la bienvenida, aquella invernal madrugada.
El se sintió aliviado.
Recordó a Roció, apretó los dientes y el paso, y pronto abriría la puerta de su casa, con absoluto sigilo, para no ser descubierto por los suyos.
Un hermoso sueño lo acompaño el resto de la noche...

                                                                             

                                                                                                              

martes, 15 de noviembre de 2011

* la ultima monteria del abuelo


Sentado en la barra de aquel bar de carretera observaba
Con aire solemne a su padre. Dibujaba círculos concéntricos en el café con la cucharilla, mientras detenía la mirada una y otra vez
en la silueta de su progenitor.
Su gorra y traje de pana marron, le imponía un absoluto respeto. Una especie de temor y amor, sentía aquella mañana con su presencia allí.
El, nunca se sintió comprendido por parte de aquel hombre de aspecto algo preocupante .Nunca se sintió querido verdaderamente. Para él, su padre era su vida, pero jamás se sintió correspondido por aquella persona, que se escondía tras su traje de pana  marrón.
En un rincón  de aquel bar se sintió más solo que nunca.
Acompañaba a su padre, simplemente, para hacer de escudo protector. Tenía pánico a que le sucediese algo debido a su estado crítico de salud. Quizás por esa causa le acompañaba en sus días de caza.
Todos se reunían en torno a una mesa larga; engalanada con papeles a cuadros azul y blanco, y flanqueada por sillas de color verde.
Compartían migas recién hechas, acompañadas con pimientos, torreznos, chorizo y regadas con vino tinto de Cañamero.
El, se sentía desplazado, pero aun así dichoso de poder acompañar al hombre que le regalo la vida.



                                  
                                                                                                             1
En las paredes colgaban fotos de las plantilla del Madrid, intercalaban con trofeos de jabalí o ciervo.
Esto hizo que su mente volara…
El agitar de las cucharas en los platos de migas humeantes, le hizo volver de nuevo a la realidad.
Su padre advirtió su presencia por primera vez y con voz autoritaria lo llamo para que su mano inocente sacase un numerito de aquella gorra militar. Le correspondió el número dos de la cuerda alta. Un buen puesto según todos.
Cafés y copas de aguardiente daban por concluido, aquel desayuno un tanto peculiar.
Un padre nuestro, algo descompasado, serbia de despedida a aquellos intrépidos cazadores.
El ladrido de los perros, en sus jaulas de ruedas, era ensordecedor. Se adivinaba su inquietud, ante el día, que lentamente se les avecinaba.
Le recordaba a un vitorino en el toril, a punto de hacer su aparición en las ventas de Madrid.
















                                                                                                                   2
Escopetas paralelas de culatas envejecidas, junto con cananas repletas con cartuchos de balas y postas y viejos zurrones de cuero, eran depositadas con cautela en los maleteros de los coches. Era momento de partir hacia el gran espectáculo cinegético.
El sol de Febrero daba la bienvenida a aquel grupo de valientes caballeros.
La cima de aquella enorme roca, hacía de balcón improvisado. Sus vistas sobrecogían. Se observaba a lo lejos aquel lago, que tantos recuerdos agradables le traían. A otro lado un mar de jaras; salpicado de encinas, se extendía apacible en aquella mañana con olor a muerte y sangre.
Pronto un marrano dibujo su silueta, allí donde comienza el horizonte. Con leve trote se dirigía a ellos. El, advirtió a su querido padre de su presencia. Un disparo herrado y todo volvió a ser como antes, en aquel mar sereno de Febrero.
Sentado en el suelo observaba como su padre se lamentaba constantemente por el disparo herrado. El, se limitaba a asentir una y otra vez con la cabeza, mientras pensaba que no podría defraudar jamás a esta persona. Que algún día haría que su padre realmente lo entendiera y se sintiese orgulloso de él.













                                                                                                                   3
A  lejos dos figuras de traje rojo, se movían raudas entre las jaras.
Sus perros mastines les escoltaban ladera abajo.
Caracolas y cornetines ofrecían un concierto gratuito en la solana.
Un segundo y un tercer “guarro” fueron herrados aquel día. Un día para olvidar, se reprochaba su padre. Un día para encerrarlo en el alma, se decía él para sí mismo.
El protocolo de fin de montería daba comienzo.
Se enfundaron escopetas, desabrocharon cananas, y se cerraron zurrones, repletos de ilusiones venideras. Se cerraba el telón, tras una función de sangre y muerte en la solana.
En el lugar de partida, esperaban ansiosas, unas judías con oreja, dispuestas a ser devoradas por aquellos estómagos vacios y rugientes.
En la entrada del bar, una alfombra oscura, daba la bienvenida a los “valientes cazadores”.
¡Una alfombra teñida de sangre, y olor a monte!..
Lamentos sobre mantel de cuadros, por oportunidades perdidas, se entrecruzaban al calor de un vino, de difícil digestión.
El, ajeno a todo aquello, compartía refresco en la barra del bar con un amigo.
El Atleti había vuelto a pinchar, y eso hacía que se sintiesen rabiosos, aquella tarde Domingo. Entre trago y trago, intentaban, quizás en vano, dar con la clave perfecta, para que su equipo del alma, quedara campeón de liga aquella temporada.
                                                                                                                                         













                                                                                                                                                                       4
Dos entrenadores frustrados pretendían levantar a un equipo peculiarmente sufridor.
La sobremesa fue extremadamente larga, y al final, como de costumbre, termino solo con su refresco de cola.
Su padre, totalmente ajeno a él, seguía debatiendo sobre la jornada de caza, seguía maldiciendo por los tres errores cometidos.
Poco a poco la gente fue desfilando. Su padre y el aun seguían en la brecha.
Con los primeros rayos de luna, ambos caminaban hacia su casa. El, se preguntaba si para el siguiente año aun estaría ahí su padre, para poderle acompañar de nuevo.
Una lágrima resbaló suavemente por su mejilla. Sabía perfectamente la respuesta…




















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