miércoles, 23 de noviembre de 2011

* Cinco minutos


Su brazo se extendió con parsimonia infinita. Quería detener el tiempo, antes de que el sonido estridente de aquel viejo despertador, inundara nuevamente con su sonido chirriante cada rincón de la habitación.
La puerta cerrada le hacía sentirse seguro en aquel bunquer peculiar; blindado con papel decorativo.
Era su pequeño mundo cuadrado.
Una leve sonrisa enmascaraba su rostro, a modo de escudo, aquella mañana tibia de abril. Pretendía apagar el dolor que cansinamente lo envolvía cada día.
A través de la ventana, con vistas a ninguna parte, una brisa le acariciaba, recordándole el olor de las flores que en este mes nacen bellas y radiantes.
Se preguntaba, un tanto intranquilo, si más allá de esa ventana, fuera de su mundo cuadrado, existiría un mundo tan “perfecto” como el suyo.
Mil preguntas surcaban por su inquieta mente aquella mañana de abril; pero jamás obtuvo respuesta alguna.
¡Costaba tanto levantarse cada día…!
El mundo le parecía tener enormes dientes y en cualquier momento podría darle un mordisco mortal. Sus garras, aun quizás algo romas, aun podrían darle un último zarpazo, lleno de ira y odio.
Un misterioso mundo lo esperaba más allá de la puerta; y a él eso le provocaba una desazón.








Un café ligeramente tibio lo esperaba como cada mañana de su vida; era su aliado eterno. Lo acompañaba con pan y aceite de pueblo; ese que tantos recuerdos despertaba en el.
Una voz pizpireta procedente de la vieja radio, le recordó que se preveían lluvias aquel día de primavera. Esas lluvias que mojarían los terrenos yelmos de su querido pueblo; pensó con algo de nostalgia. El amaba el lugar que lo había visto nacer un día de abril.
Por un instante creyó encontrarse en medio de un pinar rebuscando níscalos; pero una mano en el hombro; le devolvió a la más cruda de las realidades. Era su compañero de piso. Missa  era un chico de origen ucraniano. Él lo veía como algo más que un compañero; alguna vez era su psicólogo, y otras muchas su confesor.
Su físico esquelético y desgarbado le recordaba a un antiguo amigo de colegio.
Entre bromas e historias inacabadas los minutos volaron aquella mañana; era hora de enfrentarse al nuevo día.
Una escalera un tanto retorcida, le conducía con ritmo pausado hacia el exterior.
En la acera observo la huella de las primeras gotas. Era una mezcla de agua y barro, debido quizá a la contaminación, que todo lo envolvía con su oscuro manto.
En un banco, una pareja terminaba de apurar unas últimas horas de amor a escondidas. Besos a oscuras y una mano deslizándose sigilosa a través de un escote lleno de vida y juventud.









Un semáforo abría su gran ojo verde y despertaba el chirriar de motores, cuan carrera de fórmula 1.
Era el comienzo de un nuevo día, cargado de incógnitas aun por desvelar.
Con las manos en los bolsillos caminaba calle arriba; con la mirada clavada en el suelo, (quizás solo buscase la felicidad que un día lejano perdió), y un cigarrillo apagado colgando de sus labios. Su objetivo cada vez parecía más cercano.
Un último café en el bar de la esquina haría que todo pareciera perfecto, en aquella mañana de abril de no importa qué año.
La pantalla del fondo dicto que el Getafe, ayer casi rozo la gloria, contra un equipo alemán…
Se pregunto si él la alcanzaría algún día.
El sonido lejano de la televisión, junto con el de la máquina tragaperras, y el tic tac de las cucharillas removiendo el café, parecían crear la más hermosa de las sinfonías. Esto le hizo pensar en un nombre de mujer.
Almudena…
Era una chica aries. En su bunquer secreto guardaba su tesoro más preciado; su piano.
Entre notas musicales (su mundo), componía una vida llena de esfuerzo y dedicación por la música. Aunque jamás se lo dijo, el siempre profeso una absoluta admiración hacia ella; acompañada de sana envidia.
Almudena era su cuñada.










Pronto la dura realidad apareció nuevamente en su camino, depositando sus pies en el suelo raido de aquel bar de esquina.
A su lado un señor de origen sudamericano, profería gritos de añoranza sobre su amada patria, cerveza en mano. Su  olor a alcohol y a pis lo delataba.
Un intento de bolero, se insinuaba a través de sus prominentes labios.
Artista frustrado, que  hacia equilibrios de circo, para no caer en la alfombra de colillas de aquel viejo bar.
Quizás otro sueño roto…
Solo habían transcurrido cinco minutos, desde que saliese de su inmenso mundo interior, y ya había experimentado multitud de situaciones.
La lluvia caía pertinaz aquella mañana.  Al salir del bar, acelero un tanto el paso; ahora si estaba a tiro de piedra de la primera meta volante del día. Allí estaba majestuosa, la boca del metro de oporto; dispuesta a tragarle de un bocado, como cada día, desde hacía 14 años.
El guarda de seguridad, la taquillera, el moreno que se cuela, y es perseguido para pedirle cuentas y papeles…
Nada parecía cambiar con el paso del tiempo en aquella vetusta estación.













Una vez llego al torno de entrada, un recuerdo golpeo suavemente su mente; siempre inquieta.
Sintió un inmenso placer, surcando todo su cuerpo, al recordar la primera vez que el entro en su templo colchonero. Le abrazaba al cuello, eternamente, su bufanda roja y blanca; creía haber tocado el cielo con las yemas de sus dedos. Por un momento creyó aquel día, que existía la felicidad eterna.
Alguien lo empujo y cayó al suelo fulminado.
¿Otro sueño roto?, se pregunto de nuevo.
El vagón, como cada día, estaba a rebosar. Un olor insoportable salpicaba cada rincón, y se apagaba muy lentamente, a medida que el convoy se perdía en la oscuridad del túnel.
Una voz muy femenina resurgió del silencio: ¡Ten cuidado donde pones las manos viejo verde!.
No empuje, atina a decir una voz mayor, (nunca podría caer en aquel océano de manos, piernas, y troncos sudorosos) que me va a tirar.
Una señora exhibía sin pudor su pecho, mientras amamantaba a su pequeño retoño. Alguna mirada furtiva, clavaba sus pupilas en los pecho de la señora, y no en el pequeño lactante.
Se levanto raudo al observar a una joven en avanzado estado de gestación, para cederle el asiento. La joven embarazada le obsequio con una sonrisa y un “gracias señor”.












El la miro sonriendo, y su mente dibujo un nuevo nombre de mujer: Nuria…
Recordó con alegría su nombre, su dulzura, su pelo largo y oscuro, su ya prominente tripa.
Una paz interior se albergo en el, aquel día de abril. Ella era paz para él.
Los empujones se sucedían entre estación y estación. Era, como toda la vida enlatada, en un vagón de metro.
Un panfleto recordaba a todos, que la lucha obrera jamás se acabaría. Otro, que hay que mantener limpia la ciudad. Un tercero anunciaba un hotel especial, en el kilometro diecisiete de la carretera de Toledo. Aun, muchos más, bombardeaban aquel vagón de vidas enlatadas.
Una voz de ultratumba sentencio: por avería se encuentra interrumpido el tráfico entre las estaciones de Legazpi y Conde de Casal, en un tiempo estimado de más de cinco minutos; perdonen las molestias.
Al fondo, la paradoja. Un cartel gigante, de esos que le gusten a Esperanza Aguirre, rezaba: metro de Madrid vuela.
Y su mente voló muy lejos de allí…

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