En
el bar que había en la parte alta de la plaza, el tiempo parecía haberse
detenido años atrás. De sus paredes colgaban, bien ordenadas, antiguas entradas
de algún concierto; de esos que jamás volverán a repetirse, y que permanecerán
en la retina toda una eternidad.
Una
mesa de billar, con una superficie un tanto raída, le daba un aire a serie de
acción americana.
Unos
amplios ventanales servían de improvisado observatorio, y ofrecían un amplio
escaparate, acerca de la realidad de todo un pueblo.
Dos
enormes ojos, observando su latir diario.
Desde
allí podía palparse el estado de salud de una población demasiado adulta, y
castigada por la azada y la hoz.
Una
improvisada pasarela, descubrían modelos de porvenir incierto. Faldas muy
cortas y camisetas de tirantes, que jamás pasarían de moda.
A
través de sus inmensas pupilas se adivinaba un espíritu, mitad religioso, mitad
profano, en cada semana santa. Procesiones y grandes borracheras se anteponían
en un marco cada vez más cotidiano.
Fiestas
patronales, o de quintos. Días de bodas, dibujadas con arroz y llantos de
madre. Un último viaje en ataúd de caoba. Juegos infantiles con agua de la
fuente y globos de mil colores…
El
se sentía privilegiado. Tenía ante sí
todo un mundo de realidad y fantasía. Su bunquer blindado, había abierto una
enorme ventana a la vida.
Apuraba
un último trago de whisky con cola, cuando a su espalda, una voz del sur lo
insistió para aceptar otra copa más.
Era
Rafa…
Rafael
era uno de tantos trabajadores foráneos, que intentaba ganarse el pan diario en
aquel “Gigante Dormido”; reflejado un día en papel de imprenta por Segundo
Valmorisco.
Detrás
de su carcasa de guaperas seductor, se escondía un gran corazón. Siempre lucho
por un amor imposible; que aun hoy, veinte años atrás, no se cruzo en su
camino.
Entre
tragos y cigarrillos rubios transcurría la velada; en aquel bar, de barra en
forma de ele, y ojos clavados en una plaza llena de vida.
Rafa
se preguntaba (con sonrisa irónica), si las “cabrinas del Cipriano”, se
convertirían algún día en grandes cabronas. También parecía preocuparle
demasiado, “las braguinas”, que paseaban desafiantes, bajo aquellas faldas
cortas, en la pasarela improvisada.
El
alcohol hacia ver todo, a través de un velo rosa pálido.
Historias
de chicas; siempre imaginadas, se sucedían cansinamente entre trago y calada.
A
él poco o nada le importaban aquellas historias de conquistas imaginarias. Le
daba mucha más importancia, a lo que había en el interior de aquella coraza;
siempre enmascarada de una ligera ironía.
La
fachada, no siempre reflejaba el verdadero estado de un edificio. Lo sabía por
propia experiencia.
En
una pantalla situada estratégicamente, veintidós “muñequitos”, perseguían una
pelota de lunares blancos y negros. Todos observaban atónitos, mientras
interpretaban una danza compuesta de palmadas, saltos, agitación de brazos, y
algún sonido irreproducible.
Por
un momento, el andaluz enmascarado dirigió
su mirada a la gran pantalla. Sería más fácil que cada cual tuviese su
propia pelota de lunares; asintió mientras emitió una sonora carcajada.
Nada
altero aquel ballet de tendencia nada clásica.
El
whisky y la presencia de su amigo lo hacía sentirse importante, en aquel lugar
de encuentros diarios.
Entre
tragos recordó una vieja historia de amor y una carta dictada por su alma un día
de primavera.
CARTA
A UN AMOR IMPOSIBLE
Y cada tarde tu sol se asoma radiante a
mi ventana entreabierta. Sus rayos iluminan mi cara. Su reflejo inunda cada
rincón de esta casa.
Tu sol me guía. Cada segundo hace que
renazca en mí, la esperanza que un día perdí.
La noche me ciega con su oscuro manto.
¿Dónde está la luz, que tu sol un día me
dio?
¿Dónde la alegría de sus rayos?
¿Dónde esa brisa de amor, que desde
Hernani un día me abrazo?
¡Maldita noche que cegó mi vida!
En la eterna e injusta lejanía de país
vasco mi mente se pierde. Surca ágil por montes y playas. Se pierde en
laberintos de pasión. Busca por la arena de la concha…
¿Dónde está ella?, ¿Mi mente?
El sol, ella, la noche, mi mente…
Hoy llora mi corazón. Llora mi alma.
¡Esta tarde tu sol no se asomo a mi
ventana!
No me deja ver esos rayos que me da la
vida. Se cierra; para abrir una profunda herida en mi corazón.
Maldita ventana y maldita noche, que me está matando con su
oscuro manto.
Por el mar de esta vida, surco sin rumbo
fijo. Quiero ver, pero mis ojos están llenos de lágrimas.
La noche…
Mi ventana cerrada.
El mar violento de mi vida.
Ayer tocaba las estrellas con mis dedos.
Mis labios reían, cuan niño pequeño. Mis ilusiones se desbordaban.
Hoy tu sol se difumino.
El sol dejo paso a una nube inmensa, que
nubla mi corazón, que derrama lágrimas negras en la alfombra de mi vida.
¿Por qué?
Se marcho con hasta siempre; que se
torno en un hasta nunca.
Otra ventana cerrada al amor.
Sol; si un día la ves, dile que siempre
la amare, y que mi ventana siempre estará abierta. Dile que a su lado fui del
todo feliz.
Dile, querido sol; que mi corazón pasea
cada día por Hernani.
Su
reloj de pulsera dorada y escudo rojiblanco marcaba las tres de la madrugada.
Era
hora de plegar velas, insinuó Rafa, con aire de absoluta resignación. Hora
de desmantelar historias forjadas a
golpe de trago seco.
El,
parecía no querer abandonar aquel barco, aun sabiendo que terminaría por
hundirse en aquel mar de enero, como cada noche.
En
la pantalla del fondo ya no se adivinaban siluetas, tras una pelota de lunares.
Se difuminaron, al igual que aquel ballet descompasado.
El
teatro de los sueños había echado su telón, aquella noche de eterno invierno.
El
maullido de un gato lo acompaño en la oscuridad de la noche, camino a su casa.
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