domingo, 4 de diciembre de 2011

* El bar de la plaza.


En el bar que había en la parte alta de la plaza, el tiempo parecía haberse detenido años atrás. De sus paredes colgaban, bien ordenadas, antiguas entradas de algún concierto; de esos que jamás volverán a repetirse, y que permanecerán en la retina toda una eternidad.
Una mesa de billar, con una superficie un tanto raída, le daba un aire a serie de acción americana.
Unos amplios ventanales servían de improvisado observatorio, y ofrecían un amplio escaparate, acerca de la realidad de todo un pueblo.
Dos enormes ojos, observando su latir diario.
Desde allí podía palparse el estado de salud de una población demasiado adulta, y castigada por la azada y la hoz.
Una improvisada pasarela, descubrían modelos de porvenir incierto. Faldas muy cortas y camisetas de tirantes, que jamás pasarían de moda.
A través de sus inmensas pupilas se adivinaba un espíritu, mitad religioso, mitad profano, en cada semana santa. Procesiones y grandes borracheras se anteponían en un marco cada vez más cotidiano.
Fiestas patronales, o de quintos. Días de bodas, dibujadas con arroz y llantos de madre. Un último viaje en ataúd de caoba. Juegos infantiles con agua de la fuente y globos de mil colores…











El se sentía  privilegiado. Tenía ante sí todo un mundo de realidad y fantasía. Su bunquer blindado, había abierto una enorme ventana a la vida.
Apuraba un último trago de whisky con cola, cuando a su espalda, una voz del sur lo insistió para aceptar otra copa más.
Era Rafa…
Rafael era uno de tantos trabajadores foráneos, que intentaba ganarse el pan diario en aquel “Gigante Dormido”; reflejado un día en papel de imprenta por Segundo Valmorisco.
Detrás de su carcasa de guaperas seductor, se escondía un gran corazón. Siempre lucho por un amor imposible; que aun hoy, veinte años atrás, no se cruzo en su camino.
Entre tragos y cigarrillos rubios transcurría la velada; en aquel bar, de barra en forma de ele, y ojos clavados en una plaza llena de vida.
Rafa se preguntaba (con sonrisa irónica), si las “cabrinas del Cipriano”, se convertirían algún día en grandes cabronas. También parecía preocuparle demasiado, “las braguinas”, que paseaban desafiantes, bajo aquellas faldas cortas, en la pasarela improvisada.
El alcohol hacia ver todo, a través de un velo rosa pálido.
Historias de chicas; siempre imaginadas, se sucedían cansinamente entre trago y calada.













A él poco o nada le importaban aquellas historias de conquistas imaginarias. Le daba mucha más importancia, a lo que había en el interior de aquella coraza; siempre enmascarada de una ligera ironía.
La fachada, no siempre reflejaba el verdadero estado de un edificio. Lo sabía por propia experiencia.
En una pantalla situada estratégicamente, veintidós “muñequitos”, perseguían una pelota de lunares blancos y negros. Todos observaban atónitos, mientras interpretaban una danza compuesta de palmadas, saltos, agitación de brazos, y algún sonido irreproducible.
Por un momento, el andaluz enmascarado dirigió  su mirada a la gran pantalla. Sería más fácil que cada cual tuviese su propia pelota de lunares; asintió mientras emitió una sonora carcajada.
Nada altero aquel ballet de tendencia nada clásica.
El whisky y la presencia de su amigo lo hacía sentirse importante, en aquel lugar de encuentros diarios.
Entre tragos recordó una vieja historia de amor y una carta dictada por su alma un día de primavera.

















CARTA A UN AMOR IMPOSIBLE
Y cada tarde tu sol se asoma radiante a mi ventana entreabierta. Sus rayos iluminan mi cara. Su reflejo inunda cada rincón de esta casa.
Tu sol me guía. Cada segundo hace que renazca en mí, la esperanza que un día perdí.
La noche me ciega con su oscuro manto.
¿Dónde está la luz, que tu sol un día me dio?
¿Dónde la alegría de sus rayos?
¿Dónde esa brisa de amor, que desde Hernani un día me abrazo?
¡Maldita noche que cegó mi vida!
En la eterna e injusta lejanía de país vasco mi mente se pierde. Surca ágil por montes y playas. Se pierde en laberintos de pasión. Busca por la arena de la concha…
¿Dónde está ella?, ¿Mi mente?
El sol, ella, la noche, mi mente…
Hoy llora mi corazón. Llora mi alma.
¡Esta tarde tu sol no se asomo a mi ventana!
No me deja ver esos rayos que me da la vida. Se cierra; para abrir una profunda herida en mi corazón.
Maldita ventana y  maldita noche, que me está matando con su oscuro manto.
Por el mar de esta vida, surco sin rumbo fijo. Quiero ver, pero mis ojos están llenos de lágrimas.











La noche…
Mi ventana cerrada.
El mar violento de mi vida.
Ayer tocaba las estrellas con mis dedos. Mis labios reían, cuan niño pequeño. Mis ilusiones se desbordaban.
Hoy tu sol se difumino.
El sol dejo paso a una nube inmensa, que nubla mi corazón, que derrama lágrimas negras en la alfombra de mi vida.
¿Por qué?
Se marcho con hasta siempre; que se torno en un hasta nunca.
Otra ventana cerrada al amor.
Sol; si un día la ves, dile que siempre la amare, y que mi ventana siempre estará abierta. Dile que a su lado fui del todo feliz.
Dile, querido sol; que mi corazón pasea cada día por Hernani.





















Su reloj de pulsera dorada y escudo rojiblanco marcaba las tres de la madrugada.
Era hora de plegar velas, insinuó Rafa, con aire de absoluta resignación. Hora de  desmantelar historias forjadas a golpe de trago seco.
El, parecía no querer abandonar aquel barco, aun sabiendo que terminaría por hundirse en aquel mar de enero, como cada noche.
En la pantalla del fondo ya no se adivinaban siluetas, tras una pelota de lunares. Se difuminaron, al igual que aquel ballet descompasado.
El teatro de los sueños había echado su telón, aquella noche de eterno invierno.
El maullido de un gato lo acompaño en la oscuridad de la noche, camino a su casa.

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